Hace unos años, un buen profesional era valorado principalmente por su amplia experiencia y excelentes conocimientos técnicos.
Era una época caracterizada por un mercado de productos y servicios sin globalizar y un mundo laboral más previsible. En aquel contexto, que hoy nos parece ya lejano, la maestría se cultivaba a fuego lento y aportaba valor a largo plazo.
Hoy en día, esto sigue siendo importante y supone una buena base para la empleabilidad, pero resulta claramente insuficiente.
«El talento más valorado combina el conocimiento técnico con las competencias emocionales y sociales»
El talento más valorado, los profesionales que más aportan y los más solicitados son aquellos que combinan unos buenos conocimientos técnicos de partida (las «habilidades duras”) con un buen nivel de competencias emocionales y sociales y sólidos valores éticos. Y que completan su perfil con algo cada vez más importante: les mueve un propósito profesional individual y colectivo bien meditado, que va más allá de trabajar a diario con compromiso y pasión.
Las competencias –las famosas “habilidades blandas”– multiplican el impacto del oficio técnico: capacidad de trabajo en equipo, orientación a resultados, comunicación efectiva, orientación al cliente, curiosidad y agilidad de aprendizaje.
Estos son solo algunos ejemplos que ilustran su importancia y que hoy son tan solo el punto de partida para competir, para las culturas organizativas de las empresas y los profesionales a título individual.
«El mercado da un plus de reconocimiento a las empresas que son conocidas por su buena ciudadanía corporativa»
La ética es transparencia y honestidad, es cumplir las reglas de juego y evitar las tentaciones de los atajos. Es la clave para la confianza, ese bien tan valioso que cuesta cultivar y que se pierde con tanta fragilidad. Y nos aleja de la corrupción, el mal que destruye las buenas trayectorias por codicia, arrogancia o mala fe.
A las empresas que son conocidas por su buena ciudadanía corporativa y a los empleados con buena reputación (independientemente de su cargo), el mercado les da un plus de reconocimiento. Y esto es fundamental, sobre todo porque las vidas empresariales y profesionales son normalmente carreras de fondo.
El propósito es la guinda del pastel, el elemento que muchas veces marca la diferencia. Un plus de actitud y de coraje muy importante en los buenos momentos, pero especialmente para afrontar las crisis que se suceden periódicamente.
«La ética es transparencia y honestidad, es cumplir las reglas de juego y evitar las tentaciones de los atajos»
“Si tenemos claro nuestro ‘por qué’ podremos hacer frente a todos los ‘cómo’. Solo sintiéndonos libres y seguros del objetivo que nos motiva, seremos capaces de generar cambios para crear una realidad mucho más noble”, explicaba Viktor Frankl en su inspirador libro ‘El hombre en busca de sentido’.
Los conocimientos técnicos, las competencias, los valores y el propósito vital conforman un cóctel virtuoso que multiplica nuestras posibilidades de éxito en el mercado empresarial y nuestra empleabilidad profesional.
Son una combinación que no está reservada únicamente a los grandes líderes o a las personas de alto potencial, con grandes capacidades o con una fuerte ambición, sino que está al alcance de todas las personas que quieren dejar un legado positivo a la sociedad. Se trata de un enfoque que pretende aportar valor a través de los buenos valores universales y de la búsqueda de la excelencia mediante la sana insatisfacción diaria y la mejora continua.
Artículo publicado en Do Better by ESADE el 1 de febrero del 2020
David Reyero Trapiello – Senior HR Business Partner – Sanofi Iberia
e-mail: David.reyero@sanofi.com / Twitter: @davidreyero73 / Linkedin: linkedin.com/in/davidreyerotrapiello/
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