Paz Álvarez – 5 Dias – Diciembre 2013 – Fundació Factor Humà (www.factorhuma.org)
Nelson Mandela es la última leyenda del siglo XX, un líder cuyo comportamiento puede servir de ejemplo para directivos y profesionales del siglo XXI, sobre todo por su capacidad para afrontar la adversidad.Siendo presidente mantuvo a los afrikáners en sus puestos; puso fecha a su marcha; y afrontó sus fracasos, sobre todo los de índole personal, con transparencia.
Cuando el 11 de febrero de 1990 Nelson Mandela salió de la cárcel, después de 27 años encerrado, lo hizo con el puño en alto. Su imagen emocionó a todos.
Era enorme la curiosidad que había por conocer la imagen y el estado en el que se encontraba el preso más famoso del mundo. Los fotógrafos, que llevaban meses esperando en la puerta de la cárcel, tenían dudas sobre si lo reconocerían si el Gobierno sudafricano lo soltaba sin previo aviso. Uno de ellos preguntó a uno de los guardias, que contestó: “Cuando lo vea sabrá quién es. No hay otro como él”. El guardia de la cárcel estaba en lo cierto. Alto, delgado y radiante con un traje gris a medida y corbata azul, salió del cautiverio con el aspecto de un rey.
Así lo recuerda John Carlin en el libro que acaba publicar, La sonrisa de Mandela (editorial Debate), que no duda en decir de él que es el jefe de Estado más unánimemente admirado de la historia. El mundo entero hoy le llora, blancos y negros por igual. Nelson Mandela es la última leyenda del siglo XX, un líder cuyo comportamiento puede servir de ejemplo para directivos y profesionales del siglo XXI, sobre todo por su capacidad para afrontar la adversidad.
Diez razones (habrá muchas más) de su indiscutible liderazgo.
1. Empatía para conectar. Una anécdota que recuerda Carlin, corresponsal durante varios años de The Independent en Sudáfrica, es la habilidad de Mandela –le sucede lo mismo a Bill Clinton– para recordar el nombre de todas las personas que ha conocido. Sin duda, es un plus añadido a cualquier liderazgo, que hace sentir importante a la persona a la que tiene enfrente. Un líder no intimida, acoge. Y eso lo consiguió con creces: cuando en 1994 fue elegido presidente de Sudáfrica reunió a la clase política mundial en los Edificios de la Unión en la capital del país, en el mismo lugar que durante 84 años había sido la sede del gobierno blanco, que había privado a los negros de sus derechos.
2. Inmensa paciencia. La precipitación y las miras cortoplacistas suelen ser malas consejeras, sobre todo en tiempos adversos. Mandela se rebeló contra la tiranía, soportando los años de encierro con paciencia. Y cuando salió a la calle alzó el puño, solo uno, en un gesto claramente desafiante. Tenía todavía mucho por lo que luchar. Su liberación era solo un paso y quedaba mucho camino por recorrer para acabar con la división racial. Eso sí, cinco años más tarde cuando ganó las elecciones y el éxito ya era tangible, levantó los dos puños. Se había convertido en el líder de todas las razas.
3. Capacidad para perdonar. Cuando salió elegido presidente de la nación, fue sabio al saber perdonar a los blancos, que durante años fueron sus enemigos. Se rodeó, sin resentimiento alguno y con máximo respeto, de colaboradores que habían trabajado con el anterior gobierno. Ese respeto, que se manifestaba de forma natural sin necesidad de ningún servicio de coach alrededor, tuvo como resultado una fidelidad absoluta de todos aquellos que trabajaron a su lado.
4. Mandato con caducidad. Nada más salir elegido presidente le puso fecha al momento de su salida. Un mandato de cinco años y nada más. Un líder tiene que saber cuando irse, seguramente para poder hacerlo por la puerta grande. Esta decisión supone un ejercicio absoluto de las fortalezas y de las debilidades de cada uno. Sabía que no era imprescindible y era conocedor de sus limitaciones. Cuando finalizara su primer mandato, en 1999, ya tendría 81 años y sus capacidades ya no serían óptimas para desempeñar el cargo. La historia le tenía reservado el indiscutible puesto de líder moral.
5. Aprender de los errores. La vida de Mandela estuvo plagada de fracasos y de errores, sobre todo a nivel personal, pero hizo que no se volvieran en su contra. Supo afrontarlos con transparencia y con unos inquebrantables principios. Aprendió de los fallos –de hecho su primer discurso como hombre libre fue, como recuerda John Carlin, un auténtico fiasco–, y lo mismo que los acontecimientos posteriores a su salida de prisión. Aprendió e hizo aflorar su integridad, coraje, además del encanto, el poder de persuasión y su cautivadora sonrisa. Un líder ha de saber sonreír.
6. Cautela y generosidad. Al igual que hizo con los afrikáner, los fieles del anterior gobierno, a los que respetó y mantuvo en sus puestos, ya que sostenía que lo único que la gente desea es paz y seguridad para sí misma y para los suyos, fue cauteloso con los cambios, sobre todo en lo concerniente a la modificación de símbolos, monumentos y nombres de calles del anterior régimen de apartheid. No quiso, a pesar de todo lo que había sufrido, humillar a sus compatriotas blancos, y mostró una gran comprensión por los valores afrikáners.
7. Un gran visionario. Supo utilizar todos los resortes para conseguir su fin: unir a negros y blancos. Y hubo un momento mágico en su carrera: la final del campeonato del mundo de rugby, el deporte de los blancos, en el verano de 1995, celebrada en el Johanesburgo Ellis Park. El estadio, hasta ese momento, era un santuario para los blancos y durante ese partido se convirtió en un templo de la unidad del país. La victoria del equipo nacional, los Springboks, se convirtió en el símbolo de la paz política en Sudáfrica. Este acontecimiento fue el origen de la película Invictus, dirigida por Clint Eastwood. Mandela fue un visionario, ya que fue consciente del potencial unificador y patriótico que genera el deporte. Decidió organizar el campeonato para que los seguidores afrikáners del rugby lo fueran también del nuevo gobierno. Y consiguió que los negros, que rechazaban el rugby por ser el deporte de los enemigos, apoyaran a los Springboks. No lo tuvo fácil. Recibió abucheos, sobre todo de los suyos, a los que recomendó amplitud de miras para construir una nación. Para ello, aseguró, que todos tenían que pagar un precio, y que los auténticos líderes deberían promover esa corriente. Se ganó a todos.
8. Seductor nato. Todos los que le conocían caían rendidos ante sus encantos. Es algo habitual entre los grandes líderes. Hasta la reina de Inglaterra le permitía que le llamara Elizabeth. Es más, ningún encargado de protocolo se atrevió nunca a reprenderle la familiaridad con la que trataba a la más soberana de todos los monarcas. Que nadie piense que tal osadía era una falta de respeto hacia la reina Isabel. Mandela trataba a todo el mundo con respeto, al margen del estatus social que tuvieran, incluidos aquellos que tramaban atentar contra él. Tenía la habilidad de ponerse en la piel del otro.
9. Habilidad para negociar. El deseo de alcanzar un acuerdo satisfactorio para todas las partes es algo que distingue a un líder. El éxito de cualquier operación hoy día, ya sea una transacción mercantil, un acuerdo político o cualquier cuestión doméstica, pasa por saber crear alianzas, pactar y crear compromisos. Lo importante es que todos cedan para que todos salgan ganando. Y se resistía a tener todo el protagonismo, que se le concedía a nivel mundial, como el artífice del éxito de la transición en Sudáfrica. Llegó a escribir: “Tengo tantos fallos como el que más. Se agradecen los cumplidos, siempre que no se presente al presidente como un superhombre…” Mandela valoraba el trabajo en equipo y sobre todo tenía siempre muy presente a sus clientes, que no eran otros que los millones de seguidores que hoy le lloran.
10. Ejemplo y constancia. Mandela, dicen los que le conocieron, no tenía dobleces. Se presentaba como un hombre íntegro, y a lo largo de su vida no se desvió del camino que se marcó. Cuando decía que era generoso, se mostraba como tal. Cuenta John Carlin, uno de los periodistas que más lo frecuentó, que sacaba tiempo para asistir a la fiesta de cumpleaños de un viejo camarada en un momento en el que sus obligaciones en la presidencia acaparaban todos los minutos del día, o era capaz de viajar al otro lado del país para visitar a un antiguo carcelero cuyo hijo acababa de fallecer. Su integridad se mantuvo intacta en un claro ejercicio de constancia. Un empresario irlandés, Tony O’Reilly, cuyo mayordomo asistió a la investidura de Mandela lo definió así: “Tenía la nobleza verdadera de la naturalidad y no era consecuencia de un esfuerzo mental consciente. Mandela es un líder natural”.
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