Nadie duda que la educación es uno de los grandes pilares para el progreso personal y colectivo. Un entrenamiento y mejora de habilidades que el mundo laboral actual exige además que sea continua para mantener una buena empleabilidad.
Es lo que los anglosajones describen como “long life learning”, una actitud de eterno aprendizaje que mantendrá nuestra mente abierta a la innovación y a nuevos conocimientos que nos serán clave para trabajar con calidad
En el eterno debate sobre el modelo educativo perfecto aparecen siempre dos posturas enfrentadas: la que aboga por promover la excelencia y la que se esfuerza ante todo por no generar excluidos.
Dos modelos educativos que históricamente hemos visualizado como contrapuestos e irreconciliables. Sin embargo, creo que este es un falso dilema. Es posible encontrar un enfoque que aborde estos retos críticos para nuestro futuro.
Un punto de partida fundamental es potenciar el autoanálisis de los alumnos y conocer mejor su contexto, fortalezas y motivaciones. Hoy necesitamos educación más personalizada y ajustada al mercado laboral y reforzando (más de lo suele hacerse) sus habilidades emocionales y cómo van definiendo su propósito vital.
Una educación que rete y ensanche la zona de confort a cada alumno, según su nivel, fomentando su madurez, autorresponsabilidad, autoestima o curiosidad y potenciando su comparación consigo mismo y no con los demás.
En Japón, por ejemplo, animan a los jóvenes a definir su “Ikigai” (plan de vida), como elemento clave de una vida plena. Un autoanálisis que identifica opciones laborales donde convergen fortalezas personales, pasiones, oportunidades laborales y una retribución razonable. Una gran herramienta para no perder el rumbo ni la motivación cuando aparezcan las naturales dificultades y dudas.
Por otro lado, fomentar la excelencia educativa puede y debe ser prioritario. Entendida como factor multiplicador, una vía donde no se limite el crecimiento de los alumnos más brillantes y talentosos. Y enfocada a la vez a que éstos se responsabilicen de ayudar a quienes van más retrasados. Esto es potenciar verdaderamente el trabajo en equipo, la diversidad y la empatía entre los alumnos. Una educación que no sólo enseñe conocimientos sino donde se aprenda a vivir de manera actualizada, profunda, integral y realista.
“Aprovecharse” sanamente de los mejores para que crezcan alumnos menos brillantes en lo académico es distintivo de los mejores centros educativos. Así avanzan con inteligencia en el crecimiento individual y colectivo, reducen el abandono escolar, potencian vínculos… Crean “escuela” en su mejor versión.
Un fracaso escolar que es otro aspecto clave porque limita la igualdad de oportunidades, como nos indica Santi García. Un reto inaplazable para España que tiene un 17% (uno de los mayores de la UE), aunque con tendencia positiva. Un asunto a abordar con valentía y aprendiendo de los mejores
Actualmente abunda la innovación educativa para afrontar este complejo asunto de manera efectiva. Es evidente que hay que seguir reforzando los recursos especializados de apoyo a niños y jóvenes con dificultades y sus familias con un análisis multifactorial de sus causas (intelectuales, culturales, motivacionales, económicas, hábitos saludables…).
Involucrar más a la empresa privada también puede ayudar en la inserción profesional temprana y evitar su descarrilamiento laboral. Metodologías como la “Formación Dual” han funcionado muy bien en Alemania y ponen en valor la Formación Profesional, como alternativa a la obsesión (insana muchas veces) por lograr un título universitario.
Para ganar el futuro necesitamos hoy “universalizar la excelencia” como nos explica Adela Cortina en este inspirador artículo, cuya conclusión suscribo plenamente:
“No se construye una sociedad justa con ciudadanos mediocres, ni es la opción por la mediocridad el mejor consejo para lograr una vida digna y plena. Confundir «democracia» con «mediocridad» es el mejor camino para asegurar el rotundo fracaso de cualquier sociedad que se pretenda democrática. Una educación alérgica a la exclusión no debe multiplicar el número de mediocres, sino universalizar la excelencia”.
Es evidente que las mejores sociedades no dudan en subir los estándares, en romper los techos de cristal, en derribar barreras limitantes, potencian la excelencia y no “igualan por abajo”. Juegan a ganar y no a no perder.
En nuestro mundo actual, tan disruptivo y exigente, seguir mejorando la educación es un reto para afrontar con valentía y sin demora. Nos jugamos nuestro presente y el porvenir de nuestras siguientes generaciones.
Artículo publicado en Observatorio de RH Octubre de 2021
David Reyero Trapiello – Senior HR Business Partner – Sanofi Iberia
e-mail: David.reyero@sanofi.com / Twitter: @davidreyero73 / Linkedin: linkedin.com/in/davidreyerotrapiello/
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